Muchos son los que desconocen la figura, o cuanto menos, la obra de Antonio Machado. Desde luego, no es tan popular como otros autores como García Lorca, Cervantes o Garcilaso, y su eterno descando en Colliure no contribuye a su conocimiento.
Machado fue, como otros muchos, maltratado por la vida; la muerte de su amada esposa le dejó una marca imborrable, y la Guerra Civil lo obligó a abandonar la España por la que tanto había luchado. Esa que aún hoy sigue ''malherida, de Carnaval vestida'' y ''beoda'', esa que ''desdeña cuanto ignora'' e, incluso, a uno de sus mayores poetas.
Probablemente, viendo próxima la muerte, Machado recordó ese ''patio de Sevilla donde crece el limonero'' y se compadeció de su tierra, de la España que ''ora y bosteza'' mientras es tiranizada. Pero él ya nada podía hacer, tan viejo y enfermo como su apreciado olmo, naufragado el barco que había capitaneado años atrás. Su único consuelo sería aquel tranquilo pueblo francés y su precioso cielo azul, que le inspiraron dos de los más bellos versos de la lírica española. Los pensamientos de un caminante que ha seguido la senda hacia el mar y que, al echar la vista atrás, no ve más que sus erradas huellas.
Pero ahora, Machado descansa tranquilo, paseando a orillas del Duero junto a Leonor; al tiempo que su cuerpo yace en la tierra que le dio asilo cuando ''la España que ora y embiste'' hizo alarde de su supina estupidez. Ojalá algún día sea posible esa nueva España que él tanto deseaba.
Alejandro Allo Anido
1 comentario:
¡Da gusto ver que el alumnado lee y comprende a uno de los grandes poetas de nuestra literatura! ¡Enhorabuena, Alejandro, por tu sensibilidad y tu buen hacer!
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